sábado, 28 de septiembre de 2013

"¡Pártete!"


  Todos necesitamos sentir.

  El ser humano implica eso, tener emociones; reír y llorar, estar feliz o ser desdichado. Eso es así. Nadie te pregunta al nacer si estás deacuerdo o no y nadie te hace firmar ningún papel, ningún contrato. Es así por naturaleza; dicen.

   Todos lo aceptamos sin cláusula alguna aunque, pienso que, justo no es. Si amaneces un día y no quieres salir al mundo porque te han arrancado el alma y nada ni nadie te puede sacar un atisbo de esperanza, tienes que salir. Como cuando te obligaba tu padre pero, esta vez es rematadamente más difícil, porque sólo y exclusivamente te obligas tú.

  Pero ahí no queda la cosa; que si lo que haces es levantarte siendo la persona más dichosa del mundo pues no todo es un campo de rosas. Tienes mil sensaciones que explotan dentro de ti y la más maravillosa de las sensaciones que se pueden experimentar que es cuando quieres gritar al mundo algo que muy pocos tienen; la Felicidad. Bueno, exagerada que es una, que de eso hay poco, la mayoría se conforman con un pellizco de alegría. Pues ahí tampoco llevas las de ganar. Ese día puede que, por mal del azahar, te levantas ronco.

  ¿Y cuándo te levantas irascible? Sensación mala y desagradable donde las haya. No para ti, no, para los demás. Deberían de prohibir el salir a la calle bajo esas circunstancias. Y lo peor es que ahí, no eres tú el que no quieres es el Mundo el que debería obligarte a quedarte castigado. Vamos, que haces un flaco favor a las personas que te rodean mezclándote en sus vidas.

  En fin. Que es lo que hay. Pero no desesperemos que no todo es malo, no todo termina mal. Hay días que son redondos que te levantas emanando felicidad sintiéndo una enorme satisfacción por ser persona por poder sentir y por poder amar, compartir, regalar y vivir tu sonrisa y la de los demás. Ese día cuando estas alegre y con ganas de darte y dar todo el optimismo y la buena energía que hay dentro de ti. Ese día mi receta sería; "compártete" y "pártete" en mil cachitos.




miércoles, 25 de septiembre de 2013

Y te vas si te nombro



  Para, respira, cierra los ojos...

  ¿Merece la pena verdad?

  Sentir como has dedicado un minuto de tu tiempo a escucharlo, a verlo y a provocarlo. Sentir como su presencia te invade y te aborda; y sin casi darte cuenta, pierdes la noción del tiempo contado en segundos pero soñados en horas. 

  Al experimentar lo que se siente la primera vez, ya sólo piensas en repetir. ¿Podré vivirlo otra vez? Y vuelves a cerrar los ojos y... ¡Ahí está! Tan pleno, tan inerte, insípido, incoloro e inherente.

  El silencio...

  Disfruto cada vez que me visita; disfruto cada vez que, este mundo loco, me deja empaparme de él. 

  Estamos en un momento en el que la Sociedad sólo piensa en el ruido. Da igual de dónde venga y cual sea su forma. Simple ruido. Llámese consumo, prisas, tiempo, dinero, problemas, enfermedades... Mundo... Todo suena. Todo chirría. Todo parece estallar. Y, la mayoría de las veces, clama y se transforma en un grito. 

  Ahí vienes tú, mi Salvador, mi canto, mi balsa. No hay mayor consuelo, ni mayor orgullo que el poderte escuchar. ¿Cómo poder transmitir la plenitud que me das? Si pudiera venderte, te regalaba y si pudiera tenerte, te donaba. Por eso te dejo mi rinconcito aquí, para poderte compartir. 

  Para, respira, cierra los ojos...



jueves, 12 de septiembre de 2013

Experiencias


  Sí, esas que recordamos toda la vida. Esas que mayormente tenemos en la niñez y que sólo algunos afortunados seguimos experimentando aún en la madurez. 

  ¿Qué como me sentí el día que, al abrir los ojos, divisé esta maravilla de paraje? Pues llena, plena, afortunada y sobre todo, una mujer con suerte. Suerte de poder contemplar esa quietud, esa inmensidad, esa paz, esas tonalidades diferentes y ese cuadro natural que tenía frente a mi. Pero también suerte por tener la capacidad de, a la vez de observar, ser consciente de que iba a ser una de esas experiencias. De esas que no se olvidan nunca. Y rápidamente mi cerebro se centró en mis retinas y, cual cámara de foto, las abrió de par en par para intentar captar todo lo que allí acontecía. Todo lo que venía en ese maravilloso mural viviente. Todo lo que mi mente retenía.

  En ese mismo instante algo me distrajo, ¿un móvil? ¿Una cámara? ¡Claro! Estaba tan absorta en mi recreación que no se me había ocurrido hacer lo que más me apasiona del mundo. Captarlo para transformarlo en papel. ¡Ya se me han adelantado!

  Pero cual fue mi sorpresa que la cámara no funcionó y vi la oportunidad. Mi momento llegó. Y aquí está el fruto de esa recreación.

  No nació de mi la idea de la experiencia, ni la de plasmarla en una fotografía ni la de contar mis vivencias, sentimientos y forma de ver la vida; pero mías son.

  Aunque no sería capaz de finalizar el texto de hoy sin agradecer, aunque no es ese el mejor verbo para definir lo que siento, todo lo que ha nacido de él.

domingo, 1 de septiembre de 2013

Unos que vienen, otros que se van

  Unos van, otros vendrán.  Esto ley de vida dicen que es. Pero la verdad es que hay algo que lleva días rondandome en la cabeza después de ver el prólogo de un film y que no me deja dormir. La pregunta es: ¿Realmente vivimos? Es decir; ¿sabemos si lo que hacemos es la vida o acaso es la muerte lo que estamos viviendo?

  Sí, sí lo sé. Vaya escritora de pacotilla que en la última frase utiliza la misma palabra cien veces, pero; ¿podría decirse de otra manera? ¿hay forma de expresarlo mejor?

  Creo que todo aquel que sea un poco inconformista y tenga alguna inquietud se lo ha planteado alguna vez. Si bien esto es de las cosas que han de creerse por reducción al absurdo ya que,  demostrable no es.

  Ahora bien, llegados a este punto y después de plasmarlo en el papel, sólo me queda una idea, la de: "¿Qué más da?" Muerta o viva, viva o muerta... Todo lo que hay que hacer y lo que nos vamos a llevar es disfrutar. Aquí, allí, exprimirlo TODO al máximo, elevarlo a la enésima potencia y multiplicar por infinito todos lo sentimientos buenos de esta vida y...de la otra y...de la de más allá. Aceptar lo bueno, olvidarse de lo malo. Echarle valor, admitir las derrotas, mirar a la cara a la adversidad. Y cuando estés seguro de que has sido una esponja con todo lo que te rodea y estés convencido de que, más allá de la exageración y, mucho más cerca de la realidad, no cambiarías ni un por un momento lo vivido ya. Entonces y sólo entonces has llegado a entender la esencia de la vida (o de lo que sea).